“El encebollado, la cura para el
chuchaqui”
Domingo por la mañana. Los parques y canchas de la ciudadela Atahualpa
lucen repletos. El sol está intenso y las personas practican deportes. Los
niños juegan en los parques. Otros parecen ir sólo a mirar y a descansar.
Pero también hay quienes se recuperan de la juerga del fin de semana o
del día anterior. Se les ve con los ojos irritados y la mirada cansada. Algunos
lucen algo despeinados y soñolientos.
Para pasar el ‘chuchaqui’, malestar que se siente al día siguiente de
haber consumido bebidas alcohólicas, uno de los lugares más concurridos en la
ciudadela es ‘Los encebollados del Ñato’. El propietario, Sigifredo Gavilanes
‘El Ñato’ asegura que en este lugar se sirven los mejores encebollados del sector
y que esa es la razón de su clientela.
En el lugar en el cual no existen parqueaderos los carros llegan a copar
dos cuadras pues la gente acude en grandes cantidades ya que el encebollado que
se prepara ahí es uno de los mejores del sur de Quito incluso bien por la
mañana mucha gente hace cola para entrar a degustar los platos del lugar.
Llegan dos clientes en una moto la suben en la cera, “que plutera” dice
el conductor y el acompañante apenas se puede parar, entran los comensales los
miran algunos se burlan a otros les incomoda su presencia, se sientan y al
mesero le gritan: “dos encebollados y una porción de arroz”.
‘Los encebollados del Ñato’ es un lugar con sabor a costa. Las paredes
están decoradas con caña. En el techo se ve una red de pescar. Las
refrigeradoras siempre están llenas de cervezas. Además de la música tropical
que acompaña las comidas, y los empleados y empleadas que en su mayoría son
costeños, familiares de ‘El Ñato’.
Pepín como lo llaman al mesero más conocido por su astucia para coger y
entregar los pedidos, llega a la mesa de dos curas, lleva consigo una cesta
pequeña y dentro de ella dos cucharas envueltas con servilletas, dos limonadas
y dos porciones de canguil, tostado y chifles. Este encebollado les cura el
chuchaqui va diciendo mientras se aleja de la mesa.
Con una cuchara, Juana “La negrita,” va pedaceando la yuca para
colocarla en un plato hondo, enseguida añade cinco pedazos grandes de pescado,
cebollas y cilantro. En una olla gigante se cocina mariscos con abúndate agua
este sirve de caldo que acompaña a los ingredientes antes mencionados.
Un joven de una contextura un poco obesa recibe con muchas ansias su
encebollado, este primero le da una probadita, luego comienza su ritual de
preparación, exprime dos limones, le añade un poquito de aceite, salsa de
tomate, mostaza y dos cucharadas de ají, pero no queda conforme de repente le
echa tres pizcas de pimienta y dice: ¡¡ummmmhhhh!.
“Estoy con un chuchaqui tenaz” dice uno de los jóvenes que entra a la
marisquería. En la mesa del frente hay una familia. En otra, un grupo de amigos
ríen mientras esperan su orden acompañados de seis cervezas.
Un joven resacoso, en pantaloneta jean, camiseta morada sin mangas,
chancletas y gorra con la visera hacia atrás, vestido como en la costa peo
rodeado por el ambiente quiteño. Seguramente porque en estos lugares desde su
decoración, gastronomía hasta por la gente que lo ocupa es o se siente de la
costa.
De local salen hombre y mujeres con rostros placenteros, pues ya
probaron la sazón de los encebollados del ñato, pues este plato típico
ecuatoriano contiene ingredientes que sacian el hambre de los comensales y
reparan el malestar posterior de los que ingieren alcohol. ¡¡Que rico!!,¡¡ya no
avanzo!!, van diciendo dos jóvenes al salir.
En un rincón junto a un gran parlante están cuatro personas que corean:
“En los años mis seiscientos cuando el tirano mando”, canción de Joe Arroyo,
parece ser que se olvidaron para que fueron a la marisquería pues ya se ver que
cervezas van y vienen.
‘El Ñato’ está sentado en la mesa del fondo. Al percatarse de la
presencia de un amigo se acerca de inmediato y le ofrece el menú. “Un buen
encebollao con una cerveza helada y verá como queda papelito” le dice. Su amigo
acepta, a pesar de que ya había bebido el día anterior.
La
mañana trascurre y la venta es fructífera. Son las 12h30 y los dos pisos de ‘Los
encebollados del Ñato’ se encuentran repletos, no hay sitio para sentarse. “Parece
que hoy nos vamos temprano” le dice, el dueño, a una de sus empleadas. Ella
sólo sonríe mientras espera la hora de salida.